Rafael de la Torre Carrasco, maestro de profesión, nació en Villacarrillo aunque pronto se afincó en la ciudad de Jaén. Desde su más tierna infancia una auténtica vocación fue gestándose y desarrollándose, la de la pintura. Hablo de vocación en el sentido lato de la palabra, una llamada que exigiendo una respuesta se transformaba en una necesidad, la necesidad de pintar. A lo largo de su trayectoria artística ha recibido la influencia de las grandes obras de la pintura en una formación eminentemente autodidacta. La exposición LUZ, SÍMBOLO Y ROSTRO nos presenta la obra de madurez de un artista que domina el oficio, pero que sigue en continua búsqueda.
La técnica del pastel, que utiliza con su capacidad de reproducción total de los tejidos, las formas, la textura y la luz, junto con su dominio del dibujo, le permiten expresarse de un modo realista y vívido; esto se manifiesta en el arte del retrato, del que se muestra como un consumado especialista, y en aquellas obras en las que muestra el paisaje urbano o algún detalle, sito en algún lugar del la ciudad del Santo Reino, un Cristo, una ventana. Sus trazos precisos y el color de sus obras permiten que podamos hablar de un realismo con alma.
Algo, sin embargo, sorprende en esta exposición, se trata de un conjunto de obras que trascienden los cánones clásicos y que nos hablan, más que de un dominio de la técnica y de un innegable don para la pintura, del alma de un creador. En ellas Rafael de la Torre se adentra en lo inconsciente, en lo onírico, en lo fantástico. No se trata simplemente de imágenes sino de ideas plasmadas en una obra a partir símbolos y formas. El símbolo se convierte en «Mirando Jaén» instrumento de comunicación de realidades, de experiencias, de un peregrinar hacia el interior. El mundo visible se convierte en apariencias que intentan desvelarnos realidades más profundas: la muerte, la vida, el tiempo, la eternidad, los sueños, los miedos, la esperanza, lo divino. Se sugieren ideas y emociones que invitan, al contemplar la obra, a rasgar el velo superficial que todo lo cubre para entrar en lo profundo. Decía Oscar Wilde que Dios habita en lo profundo, precisamente este tipo de obras tienen ese halo místico y metafísico. La obra de Rafael de la Torre cumple perfectamente aquella consigna que diera Arnold Böcklin: la pintura tiene que decir algo. En este sentido más que de realismo simbólico o mágico yo hablaría de un pintor de ideas.
Sus exquisitos retratos, sus obras sobre rincones o perspectivas de Jaén y, sobre todo, sus obras simbólicas permiten hablar de una pintura que capta inmediatamente la atención del espectador pero sobre todo que genera emociones y pensamientos de contenido altamente espiritual.
Juan Jesús Cañete Olmedo
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