Pintura lírica
Pintura y poesía han estado estrechamente relacionadas a lo largo de la historia del arte y la literatura. Desde las temáticas y los claroscuros barrocos hasta las imágenes y desarrollos intensamente poéticos de prerrafaelitas y pintores simbolistas. De cualquier modo, cuando la pintura intenta reproducir las sensaciones emocionales de la poesía de un modo más intenso, a base de imágenes elaboradas a través del color o de la experimentación con las formas, es cuando estallan los movimientos de vanguardia al comienzo del siglo XX. Precisamente, los planteamientos de la vanguardia consisten en alejarse todo lo posible de la tradición imitativa, de los procedimientos clásicos de imitación de la realidad, y la búsqueda de unos resultados plásticos que apelen no a la razón o a la comprensión vulgar del mundo que nos rodea, sino más bien a los sentimientos, a las emociones, a las creencias, con un sentido trascendente al erigirse el artista como el creador de bellezas alejadas de la realidad. Si las ciencias habían contribuido a llenar la naturaleza de elementos nuevos que contradecían sus leyes ¿por qué el artista no podía crear artefactos hermosos que contribuyesen a enriquecer el concepto abstracto de la Belleza?
Es curioso que a los primeros movimientos de vanguardia, el cubismo, orfismo, expresionismo, rayonismo, tachismo, etc., se le denomine “abstracción lírica”. Efectivamente, uno de sus primeros cultores, el pintor ruso Vasili Kandiski, lo explicaba en su obra De lo espiritual en el arte: “La fuerza psicológica del color provoca una vibración anímica. La fuerza física elemental es la vía por la que el color llega al alma […] La forma, aun cuando sea completamente abstracta y se reduzca a una forma geométrica, posee en sí misma su sonido interno, es un ente espiritual con propiedades identificables a ella […] Determinados colores son realzados por determinadas formas y mitigados por otras […] La disonancia entre forma y color no es necesariamente disarmónica sino que, por el contrario, abre una nueva posibilidad de armonía.”
Pues bien, en esta línea de tradición de la ruptura, de abstracción lírica, de pintura poética se inscribe la obra de Juan Carlos Lazúen que hoy nos ofrece. En las series que componen esta muestra no solamente están muy presentes los ecos de Kandiski, Mondrian, Delaunay o el expresionismo abstracto, sino que además hay una voluntad clara de aportar a esa tradición la gota de originalidad que pedía Jorge Luis Borges para toda creación artística verdadera. En este nuevo siglo XXI, después de la posmodernidad o la transvanguardia, el adjetivo originalidad es un término completamente obsoleto que quizá convenga ya sustituir por autenticidad o verdad. Verdad de la dedicación sincera a una actividad artística, con el conocimiento de los materiales y la experiencia de la historia necesarias para presentar una obra personal y contemporánea. Pintura, sólo pintura, pero con una gran cantidad de poesía en su interior.
Álvaro Salvador
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